martes, 9 de septiembre de 2008

I love Pennywise.

--No puedes... no deberías pegarme. Es una mala base para una... una...
relación duradera.
Estaba tratando de hallar un tono, una cadencia adulta para hablar, pero
fracasaba. Él le había provocado una regresión. Estaba en ese coche con una
criatura. Voluptuosa y sensual como un demonio, pero una criatura.
--No poder y no deber son dos cosas distintas, chiquilla -dijo Tom, manteniendo
la serenidad, aunque por dentro se estremecía-. Y seré yo quien decida qué
constituye una relación duradera y qué no. Si lo aguantas, bien; si no, puedes
largarte. No voy a detenerte. Podría darte una patada en el culo como regalo de despedida, pero no te detendría. ¿Qué más quieres que te diga?
--Tal vez ya hayas dicho bastante -susurró ella.
Y él volvió a pegarle, más fuerte que la primera vez, porque ninguna mujer podía
faltarle a Tom Rogan. Hubiera golpeado a la reina de Inglaterra, si le hubiese
faltado.
La mejilla de Beverly chocó contra el tablero acolchado. Su mano buscó el
picaporte de la portezuela, pero cayó. Se agazapó en el rincón, como un conejo,
con una mano sobre la boca, los ojos grandes, húmedos, asustados. Tom la miró
por un momento; después se bajó y rodeó el coche por atrás. Le abrió la
portezuela. Su aliento despedía vapor en el negro y ventoso aire de noviembre; el
olor del lago llegaba con toda claridad.
--¿Quieres salir, Bev? Te vi buscar el picaporte, así que has de querer salir.
Bueno, está bien. Te pedí que hicieras algo y dijiste que lo harías. Después no lo
hiciste. ¿Quieres salir? Anda, baja. Mierda, baja. ¿Quieres bajar de una puta vez?
--Quiero volver contigo -contestó ella apretándose las manos sobre el regazo
como una chiquilla. No lo miraba. Las lágrimas le corrían por las mejillas. {...} Entonces él cerró la portezuela de un golpe y volvió al volante para llevarla a su
apartamento del centro. Ninguno de los dos dijo palabra. La mitad de la relación
había quedado establecida en el aparcamiento; la otra mitad se estableció
cuarenta minutos después, en la cama de Tom.
Ella no quería hacer el amor, según dijo. Él vio una verdad diferente en sus ojos
y en la humedad entre sus piernas. Cuando él le quitó la blusa, sus pezones
estaban duros. Ella gimió al primer roce y lanzó una suave exclamación cuando él
chupó, uno primero, el otro después, acariciándolos. Beverly le tomó la mano y se
la llevó entre las piernas.
--Dijiste que no querías -le recordó Tom.
Y ella apartó la cara... pero no le soltó la mano; por el contrario, el balanceo de
sus caderas se aceleró.
Él la volvió de espaldas en la cama. En vez de desgarrarle la ropa interior, se la
quitó con un cuidado casi gazmoño.
Deslizarse en su interior fue como deslizarse en un aceite exquisito.
Se movió con ella, usándola, pero dejando también que ella lo usara. Beverly
tuvo el primer orgasmo casi de inmediato, con un grito, clavándole las uñas en la espalda. Después se mecieron juntos en golpes largos, lentos y en algún
momento a él le pareció que había otro orgasmo. Tom llegaba al borde y pensaba
en el último partido de béisbol o en quién estaba tratando de quitarle la cuenta de
Chesley en el trabajo, para abstraerse. Por fin empezó a acelerar hasta que su
ritmo se disolvió en un concorveo excitado. Le miró la cara: los círculos de rímel,
como los de un mapache, el lápiz de labios corrido. Y se sintió súbitamente
disparado hacia el abismo, delirante.
Ella sacudió las caderas hacia arriba, más y más; en aquellos tiempos la cerveza
no había puesto panza entre ellos y los vientres aplaudieron en ritmo cada vez
más veloz.

1 comentario:

La chica del sombrero dijo...

que libro es ese? un saludoooo